Si bien es loable el intento de un diálogo entre la psicología y la espiritualidad cristiana, el resultado decepciona con frecuencia.
Tengo la convicción de que no posee una sólida formación en teología ni tampoco conoce a fondo las riquezas de la historia de la espiritualidad. De allí que la espiritualidad queda en el simple nivel de la autoayuda. No podemos desdeñar los aspectos terapéuticos que trae el saludable contacto entre los sentimientos y la razón, los impulsos y la conciencia, entre las pasiones y la voluntad de ponerle nombre a lo que busca esconderse.